miércoles, 17 de octubre de 2007

Un cuento

Como mañana me voy al Trimarchi, les dejo un cuento para que se entretengan en mi ausencia. Mis más cordiales saludos, señores y señoras beatlerianos!



El Stage y la Revolución
(Un día en la vida de Vladimir Obladá)

Por Xavier Velasco*

Compañeros de ruta y de trinchera:
Un fantasma recorre el fin de siglo: el marxismo-lennonismo. En este memorable y sentido centenario, que a su vez representa la coyuntura histórico-dialéctica más difícil y decisiva para esta nuestra lucha planetaria, me dirijo a ustedes con la aflicción del correligionario consternado y la resolución del militante enardecido. Es por eso que no me tiembla la voz para fustigar a los traidores, ni me temblará el dedo para señalarlos; como tampoco titubea mi lealtad para enviar a cada uno de ustedes un abrazo fraterno y solidario. Pues nos hemos reunido, compañeros, para enfrentar el desafío histórico de seguir, preservar y defender los auténticos fundamentos del marxismo-lennonismo. Por eso les pregunto: ¿están listos para pelear aquí, allá y en todas partes?
A lo largo de cien años de lucha y reivindicaciones solidarias, nuestro movimiento ha conquistado varios de los espacios y territorios que históricamente le pertenecen. Pero eso, compañeros, no ha sido suficiente. Año tras año perseguidos e infiltrados por falsarios, filisteos y quintacolumnistas, hemos sobrevivido con la fuerza de espíritu que ahora y siempre distingue a los marxistas-lennonistas, pero ojo, compañeros, todavía nos queda un mundo por cambiar. A un siglo de distancia del sacrificio que oscureciera al mundo, al tiempo que inundaba de luz nuestra innata misión, ha sonado la hora de enfrentar a esos cobardes, y vamos a empezar por identificarlos.
¿Qué nos dice la Historia? Como nadie lo ignora, y aun cuando el enemigo se ha empeñado en negarlo, nuestro Líder no murió a manos de un fanático cualquiera. ¡No ha sido así, señores asesinos! Hace cien años, el compañero John Winston Lennon fue ultimado arteramente por uno de esos lobos disfrazados de oveja que en tantas ocasiones han logrado sumarse a nuestras filas. ¿Hablo quizás de fieras de rapiña, de insectos panteoneros, de parásitos infraintestinales? Peor aún, compañeros: me refiero a los mccartneístas, esa gentuza abyecta sin moral ni principios que todavía hoy pretende vivir en el ayer, y con un inaudito cinismo nos conmina a dejarla ser. [...]
Observen a esos pérfidos cantar, con los ojos abiertos y la sonrisa pronta. Entonces yo pregunto: ¿Por qué tanta alegría? ¿Se acabaron las guerras? ¿Ya somos todos parte de una utopía universal a prueba de fronteras? ¿Nos hemos liberado del karma instantáneo? ¿Verdad que no, compañeros? Entonces, díganme, ¿cuál es la causa última de que los mccartneístas luzcan tan sonrientes? ¿Será que todos ellos tienen motivos para sonreír que nosotros desconocemos? Seguramente sí, compañeros, pero antes de que yo les diga de dónde viene tanta y tan espuria algarabía, quiero dejar bien claro que no se trata de muchos motivos, sino sólo de uno; y que no lo ignoramos. De hecho, lo conocemos perfectamente, tanto que ahora y siempre nos hallamos unidos por su causa.
¿Quieren que yo les diga de dónde viene ese execrable bienestar?
¿Debo acaso vencer al horror y la náusea para echar luz ahora sobre la sucia génesis de una dicha malsana?
¿Es preciso colmar nuestros fraternos corazones de la sed de venganza que deberá seguir a la denuncia de tanta impenitencia?
Compañeros: ustedes lo han pedido. Sus corazones claman por una verdad áspera e hiriente, y no me queda más que revelarla. Ea pues, compañeros, escúchenla y asúmanla: los mccartneístas no se muestran tan contentos porque estén muy enamorados de la vida, ni porque su futuro sea luminoso, sino justo al contrario: los canallas sonríen y se alegran porque miran con odio satisfecho hacia el pasado. Por eso, cuando dicen que “en el ayer sus problemas se miraban tan lejanos”, no hablan de sus desleales y misérrimas vidas, sino de aquel deceso que los hizo dichosos. Sí, compañeros, por terrible que suene, la verdad sólo es una: los mccartneístas bullen de alegría por la misma razón que hizo a nuestros heroicos ancestros desgraciados, y que no es otra cosa que el asesinato de nuestro Líder, a manos de un cobarde mccartneísta. [...]
Saludamos a las heroicas compañeras de las Juventudes Yokoístas; a nuestros fieles y sempiternos aliados, los Lennonistas del Noveno Sueño; a los bravos y valerosos partisanos que combaten al lado del Frente Popular de Liberación Liverpoolista; a las Brigadas Plásticas Antimccartneístas, semillero ideológico, militar y moral del marxismo-lennonismo; a nuestros mártires; a nuestros partidarios; a nuestros combatientes; a nuestros semejantes en conciencia. Vengan juntos, compañeros. Tomémonos ahora de las manos e imaginemos un mundo sin países, sin fronteras, sin edén, sin averno, sin religión, sin guerras, sin ambición, sin hambre, sin esclavos, sin dueños, pero antes que todo eso sin mccartneístas.
¿Cuántos siglos de escarnio e ignominia pensamos esperar para plantar el alto a esos falsarios? ¿No han bastado cien años de sonrisas traidoras para encender la pira de nuestra indignación? ¿Podemos conciliar el sueño de los justos mientras esos infectos se mofan de nosotros? ¿Dejaremos pasar un siglo de mentiras sin aplicar siquiera el debido escarmiento? ¿Toleraremos luego la vergüenza histórica de ser los precursores, y aun los alcahuetes de un mundo mccartneísta? ¿Nos temblará la mano para exterminarlos? ¿O será, compañeros de ruta y de trinchera, que tal vez tres o cuatro entre nosotros no acaban de asumir su compromiso, y acaso consideran como probable opción al mccartneísmo...?
Que les quede bien claro: no vamos a dejar una sola sonrisa mccartneísta en su lugar. Buscaremos en calles, oficinas y escuelas; en talleres y clínicas; en iglesias, comercios, cárceles, aeropuertos; nuestros mismos hogares podrían estar infiltrados por agentes activos del mccartneísmo. Reconozcámoslos por la seña inconfundible: ninguno de ellos es marxista-lennonista. O sea que es muy fácil, compañeros: si el sospechoso no es uno de los nuestros, seguramente es uno de los suyos.
Podrán decir que somos soñadores, señores mccartneístas, pero el único sueño que en verdad nos desvela es convertirnos en su pesadilla. Alcen ya las antorchas, compañeros: incendiemos la noche de este siglo difícil.




*el señor Velasco e publicó este cuento en Materialismo Histérico (Ed. Alfaguara). Oh Dios! lo recomienda fervorosamente junto con el libro de Santiago Roncagliolo: Pudor (misma editorial)

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